Si no sabes si escoger una carrera con muchas salidas o una que te apasione, mira a tu alrededor: ¿quiénes son más felices?
Estudiar puede ser un rollo total: ir a clase todos los días, aguantar asignaturas que no nos gustan, madrugar, soportar a ciertos profesores…, pero trabajar es todavía peor. Eso sí que puede ser tremendamente soporífero. La única manera de disfrutar realmente de ambas cosas es teniendo vocación.
La importancia de las salidas profesionales
Es lógico que, según están las cosas, queramos optar por una carrera que tenga buenas salidas profesionales y que aspiremos a lograr una estabilidad económica en el futuro, pero estudiar algo que no nos gusta para después dedicar la mayor parte de nuestra vida a seguir haciendo la misma actividad que no nos resulta estimulante, es un horror.
Si tenemos la suerte de que nuestra vocación encima da pasta, estupendo; pero si lo que nos vuelve locos es estudiar Filosofía o Historia del arte, no tenemos por qué renunciar a ello. Las personas que trabajan en aquello que más les motiva saben ser más creativas y destacan en sus trabajos, con lo cual es probable que no seamos el Bill Gates de los arcos de medio punto, pero seguramente sí consigamos un trabajo que nos haga felices, del que podamos comer dignamente y al que acudamos cada día con buen ánimo.
Un plan para una vida
Cuando elegimos la carrera no solo tenemos que pensar en lo que ahora nos apetece estudiar, sino que hay que poder visualizarse ejerciendo la profesión durante el resto de nuestra vida. Por eso, estudiar lo que nos gusta y poder optar a un trabajo vocacional debería ser nuestra meta, digan lo que digan las cifras del paro.
Disfrutar de cada día
Una persona que estudia una carrera elegida vocacionalmente disfrutará mucho más incluso de las asignaturas más pesadas, porque verá la aplicación en el campo que le gusta o simplemente las entenderá como medios imprescindibles para alcanzar su meta. Cada cosa que aprenda, podrá incorporarla a sus proyectos futuros e ir disfrutando paso a paso de todo el proceso.
En el mundo laboral la diferencia se nota. Un claro ejemplo lo vemos cada día: asistimos a clases distintas con profesores diferentes y cada uno nos enseña a su manera, pero básicamente podemos dividirlos en dos grupos: están los que abren el libro y leen, los que ponen y comentan de memoria una serie de diapositivas, aquellos que explican sin parar, los que mandan trabajo y se sientan a esperar a que la clase termine, y luego están los otros, que pueden hacer cualquiera de las cosas anteriores, pero con un toque diferente. Son esos profesores que estamos deseando tener, que consiguen motivarte, que te intereses por lo que haces y que disfrutan enseñando. ¿Y qué es lo que los hace distintos? La vocación. Eso es lo que pasa con todas las personas que tienen la suerte de poderse dedicar a lo que les gusta, son tan buenos en lo que hacen, que siempre acaban por conseguir un buen trabajo.