El próximo 23 de abril se celebra el Día Internacional del Libro y vale la pena recordar algunas de las razones por las que es importante leer novelas
Mientras cursamos la carrera es habitual que nuestro ritmo de lectura de novelas disminuya. Relegamos a un segundo o tercer plano la apasionante ficción para meternos de lleno en la lectura de ensayos y artículos científicos, pero con motivo de la celebración del Día del Libro, hay que recordar por qué leer novelas es tan importante.
Leer novelas es hacer gimnasia mental
Pocas cosas entrenan tanto nuestra materia gris como una novela; resulta que leer un libro ejercita nuestro cerebro y los efectos perduran en el tiempo como demuestra este estudio sobre brain connectivity, en el que se realizaron escáneres cerebrales a un grupo de personas antes, durante y después de leer una novela. Los resultados demostraron que los efectos beneficiosos de la lectura se mantenían tiempo después de terminar el libro.
Aumenta la empatía
Leer ficción nos permite ponernos en la piel de otras personas, vivir otras vidas, entender comportamientos y culturas diferentes. Eso es empatía. No se trata de analizar las cosas desde nuestra perspectiva, sino de hacerlo desde la de otra persona que tiene vivencias, emociones y capacidades distintas a las nuestras. Leer novelas desarrolla esa capacidad tan valiosa y, por eso, las personas lectoras son más comprensivas y entienden mejor las emociones de los demás.
Potencia la imaginación
Cuando una novela nos describe un lugar, somos capaces de visualizarlo casi como si lo tuviéramos delante, pero la lectura no solo permite «ver» lo que no está ahí, sino también sentirlo. Una buena descripción hará que sintamos el agua fría del mar en los pies, el calor de una chimenea, la sensación de un escalofrío que nos eriza el vello… y los olores. Hay pocas cosas tan potentes (y sorprendentes) como la memoria olfativa, pero un buen libro nos puede hacer oler hasta cosas que ni querríamos imaginarnos.
Patrick Süskind, en su famosísima novela El perfume, es capaz de hacer que nos situemos en un lugar (París) y en una época (siglo XVIII) solo con describir (repugnantes) olores.
En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata, las cocinas, a col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales. Las chimeneas apestaban a azufre, las curtidurías, a lejías cáusticas, los mataderos, a sangre coagulada. Hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas apestaban los dientes infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos. Apestaban los ríos, apestaban las plazas, apestaban las iglesias y el hedor se respiraba por igual bajo los puentes y en los palacios. El campesino apestaba como el clérigo, el oficial de artesano, como la esposa del maestro; apestaba la nobleza entera y, sí, incluso el rey apestaba como un animal carnicero y la reina como una cabra vieja, tanto en verano como en invierno, porque en el siglo XVIII aún no se había atajado la actividad corrosiva de las bacterias y por consiguiente no había ninguna acción humana, ni creadora ni destructora, ninguna manifestación de vida incipiente o en decadencia que no fuera acompañada de algún hedor.
Eleva la creatividad
Las novelas nos obligan a sacar conclusiones anticipadas pensando en cómo creemos que se desarrollarán los acontecimientos, en cómo terminará, en quién es el asesino… Hacen que estemos planteando hipótesis constantemente y esa es una actividad muy creativa y beneficiosa para entrenar nuestro cerebro, pero, además, también nos aportan ideas nuevas para resolver problemas, inventar historias propias, etc.
Compensa los ensayos que hay que leer
Para sacar nuestro eTítulo universitario es necesario que leamos unos cuantos (muchos) ensayos y artículos científicos. Es cierto que hay ensayos apasionantes que nos descubren un mundo de ideas completamente nuevo, pero, sin querer desmerecerlos en absoluto, son como el hermano serio y cascarrabias de la novela. Es el práctico, el introvertido, el reflexivo. La novela en cambio es emoción más que pensamiento. El equilibrio perfecto de todo estudiante universitario está en tener lo máximo posible de ambos. Ensayo y novela deben convivir para tener la experiencia completa.
Leer novelas es desconectar del mundo
Si crees que la mejor manera de olvidarte de todo y quitarte el estrés del día a día es ver unos cuantos capítulos de tu serie favorita, sentimos decirte que te equivocas: si de verdad quieres desconectar, lee novelas. Es la única manera de trasladarte mentalmente a otro lugar. Una serie nos cuenta una historia pero no nos transporta realmente. Nosotros estamos sentados en el sofá mientras la acción ocurre en nuestra tele. Nuestro cerebro se mantiene prácticamente plano, sin actividad. En cambio, al leer una novela usamos áreas distintas del cerebro y formamos nuevas conexiones neuronales. Si quieres auténtica evasión, no hay nada igual que un buen libro.