No es una adicción a los videojuegos porque lo digan tus padres; lo es si limita tu libertad y empeora tus relaciones sociales. Es el momento de actuar.
Nos gustan los videojuegos
Jugar a videojuegos tiene muchas ventajas como, por ejemplo, que activan la memoria y la concentración, se aprende a tomar decisiones de forma más rápida, mejoran la capacidad de hacer varias cosas al mismo tiempo, la coordinación e, incluso, ayudan a gestionar las dificultades de la dislexia en aquellos jóvenes que la padecen.
Pero hasta las cosas más saludables tienen un lado negativo si se abusa de ellas. Pensemos en el brócoli. Esta verdura aporta vitaminas y minerales esenciales, pero si solo comiéramos brócoli, probablemente moriríamos en pocos meses por una severa desnutrición o en pocas semanas por aburrimiento gastronómico absoluto.
¿Cómo distinguimos afición de adicción?
Una afición nos quita tiempo para hacer otras cosas, puede que pensemos en ella todos los días o que fantaseemos planificando cómo será la próxima vez que vayamos a practicarla. Es posible que sacrifiquemos vacaciones o tiempo en familia por esa afición, pero la distinción entre una afición y una adicción está clara y, si tienes dudas, seguramente sea porque, o bien estás caminando peligrosamente por el filo de la navaja, o bien ya has caído estrepitosamente en la adicción. ¿Y cómo saberlo? Pues porque tendrás algunos o todos estos síntomas:
Cambios en el carácter. Sobre todo momentos de ira y rabietas cuando algo interrumpe el juego o se da alguna situación que impida jugar. También pensamientos obsesivos sobre la propia valía, el rumbo que está tomando tu vida, depresión o bajones cíclicos.
Dejar de lado la vida social. Cuando existe una adicción a los videojuegos, la vida social desaparece paulatinamente. Se deja de lado cualquier interacción con otros que reste un tiempo que se podría dedicar a los videojuegos y tan solo se mantienen relaciones «estables» con otros jugadores online (en el caso de que los haya). De hecho, si realmente existe una adicción a los videojuegos, se darán enfrentamientos desagradables cuando una persona externa (familiar, pareja o amigo) comente las muchas horas que perdemos enganchados al juego. Un adicto reaccionará ante esto de forma defensiva, o incluso agresiva, y podrá experimentar una sensación similar al síndrome de abstinencia, lo que hace que cada vez se encierre más en sí mismo y en el juego y que la gente de su entorno se vaya apartando para evitar el conflicto.
Menos horas de sueño. Si antes de la adicción a los videojuegos éramos personas eficientes, es posible que al principio de la adicción sigamos siéndolo. Puede que nos levantemos a nuestra hora, vayamos a clase o al trabajo y cumplamos con el resto de las obligaciones, pero estaremos quitándonos horas de sueño para jugar. ¿Y cuánto tiempo podremos aguantar con ese ritmo de vida? Pues muy poco.
Pasar de las consecuencias. Según avance la adicción a los videojuegos, iremos postergando tareas hasta abandonarlas. Nuestras notas bajarán o empezaremos a suspender estrepitosamente, dejaremos de ir a clase y, si no conseguimos dejar la adicción, terminaremos abandonando los estudios y olvidándonos de conseguir nuestro eTítulo universitario. La soledad se convertirá en algo normal y acabaremos desatendiendo nuestra alimentación, nuestra higiene personal, etc.
Distorsiones cognitivas. Una adicción de cualquier tipo nos convierte en mentirosos y eso es uno de los primeros síntomas que nos dan la clave de lo que está pasando. Nos mentimos a nosotros mismos y mentimos a los demás. Mentimos cuando alguien nos pregunta cuántas horas hemos jugado, mentimos diciendo que estamos enfermos para no asistir a un acto social, mentimos para ocultar que en la última semana apenas nos hemos levantado del sofá. Y, sobre todo, nos mentimos diciendo que no tenemos ningún problema, que solo es un hobby, que estamos pasando por una mala racha y que no es una adicción porque podemos parar cuando queramos. Intentamos manipular la realidad, pero siempre hay una molesta voz que susurra la verdad. Esa voz de nuestra cabeza, tan machacante, tan implacable, es la que suele tener razón. Si esa voz nos dice que tenemos un problema, es el momento de hacer algo.
Busca ayuda
Hay una cosa que debemos tener muy clara: cualquiera puede tener una adicción. Cualquiera. Puede ser a las drogas (legales o ilegales), a la televisión, a una persona, a la comida, al deporte y, sí, también se puede tener una adicción a los videojuegos. Si nos hemos hecho adictos a alguna cosa es porque hay algo en nosotros mismos o en nuestro entorno que no está funcionando como debería y, por eso, hay que pedir ayuda cuanto antes. No somos defectuosos, no hay que sentirse avergonzados ni culpables. A veces, el cerebro enferma como enferman los pulmones o el estómago y solo es una condición que, con una buena atención, es temporal y no nos define en absoluto. Hay veces que necesitamos trabajar nuestra conducta o entender que lo que tapan estas adicciones puede ser un trastorno de depresión latente. Y aunque la sola idea de tener que dejar de jugar nos cause ansiedad (y precisamente porque nos la causa) es el momento de tomar las riendas de nuestra vida y enfrentarnos a la situación.
Y para que no suba el estrés más de la cuenta, que sepas que quitar una adicción a los videojuegos no significa obligatoriamente dejar de jugar. En este estudio, realizado por psiquiatras en Alemania, se concluye que puede superarse la adicción sin fármacos y sin dejar de jugar; solo hay que cambiar la forma en la que se juega con una terapia cognitivo-conductual. No esperes más, empieza por contárselo a alguien de confianza y luego busca ayuda profesional. De esto se sale.
Mucho ánimo.