Los universitarios suelen tener niveles altos de ansiedad, pero no se le da importancia. Te contamos lo que debes saber para evitar problemas.
La gente mayor que solo recuerda el lado bueno de su juventud suele pensar que los jóvenes no tienen problemas realmente importantes en su día a día. Que la vida es juerga y pasar de todo, pero se equivocan por completo. Lo que pasa es que, según pasan los años, el pasado se recuerda con cierta añoranza y se minimizan los problemas y preocupaciones que se experimentaron durante la juventud. La realidad es que la ansiedad, ya sea como rasgo o como trastorno, puede manifestarse en cualquier momento de la vida y tiene una alta prevalencia en jóvenes.
¿Es lo mismo estrés que ansiedad?
No, pero a menudo se confunden porque coloquialmente usamos ambos términos indistintamente. De hecho, la ansiedad puede ser un síntoma del estrés y los dos conceptos están muy relacionados, pero no son iguales:
El estrés se origina cuando tenemos la sensación de que las demandas que provienen de nuestro entorno (educativo, laboral, familiar, social, etc.) nos superan. Por lo tanto, el estrés es nuestra respuesta emocional y fisiológica a esos estresores.
La ansiedad no es, en principio, algo negativo. Consiste en una respuesta emocional defensiva de nuestro organismo ante una situación que nos pone en alerta. Nuestro cerebro capta una situación que va a necesitar de todo nuestro potencial y se activa para combatirla. Por ejemplo, ante un examen, sentir cierta ansiedad activará nuestra capacidad de concentración, intensificará nuestra memoria, etc.
Todo el mundo siente ambas cosas a lo largo de su vida; el problema viene cuando esa sensación de alerta se convierte en una constante o aparece sin un desencadenante racional.
Cuando la ansiedad se pone pesada
Tener un trastorno de ansiedad no es raro. De hecho, se encuentra dentro de las patologías mentales más comunes. Hay que empezar ya (que estamos en el siglo XXI) a despatologizar cualquier alteración mental, porque el cerebro es parte del cuerpo y puede enfermar y curarse como cualquier otra. Un trastorno de ansiedad que se detecta y se trata no es «estar loco» ni mucho menos y, bien tratado, puede solucionarse sin dificultad.
Dicho esto, es importante diferenciar la ansiedad normal que nos produce una situación concreta de la ansiedad que se instala en nuestro piso, se mete en nuestra cama y decide tenernos todo el día de los nervios.
Síntomas
La ansiedad debe aparecer cuando tenemos delante una amenaza o un reto, no cuando estamos tranquilamente viendo la tele, porque, además de que nos hace percibir la realidad como algo hostil y, por lo tanto, hace que sobrerreaccionemos ante cualquier nimiedad, resulta que provoca respuestas fisiológicas nada recomendables. La clínica Mayo recoge los siguientes síntomas asociados a la ansiedad:
- Sensación de nerviosismo, agitación o tensión.
- Sensación de peligro inminente, pánico o catástrofe.
- Aumento del ritmo cardíaco.
- Respiración acelerada (hiperventilación).
- Sudoración.
- Temblores.
- Sensación de debilidad o cansancio.
- Problemas para concentrarse o para pensar en otra cosa que no sea la preocupación actual.
- Tener problemas para conciliar el sueño.
- Padecer problemas gastrointestinales.
- Tener dificultades para controlar las preocupaciones.
- Tener la necesidad de evitar las situaciones que generan ansiedad.
Si nos ponemos a sudar, tenemos palpitaciones y temblamos porque ha entrado en nuestro piso un oso gigante y muerto de hambre, no tenemos un problema de ansiedad; de hecho, estaremos reaccionando de la manera más lógica. Pero si sentimos todo eso solo por ir a clase o por exigirnos demasiado durante la carrera, entonces tenemos un problemilla que requiere atención. Graduarse, conseguir nuestro eTítulo y encontrar un buen trabajo es guay, pero no debe costarnos la vida.
Además, uno de los rasgos del trastorno de ansiedad es la evitación; así que puede que terminemos metidos en casa y dejando todos los proyectos que tenemos solo porque nos da un miedo tremendo fracasar o porque lo estamos pasando tan mal intentándolo que no sentimos que el esfuerzo compense.
Éramos pocos… y llegó la COVID-19
Y si el trastorno de ansiedad ya era común, ahora llega el maldito virus este y nos sentimos expuestos a un enemigo invisible que puede estar en cualquier parte, atacarnos a través del abrazo de un ser querido o esconderse en el envase del tomate frito que compramos en el súper. Es más, como hay personas asintomáticas, puede que creamos que alguien está bien y bajemos la guardia cuando resulta que no lo está o puede que los asintomáticos seamos nosotros y nos angustiemos pensando que podemos matar a nuestros padres si les damos un abrazo.
Y mientras había cuarentena, podíamos sentirnos relativamente seguros en casa; en cambio ahora podemos salir, ir a eventos, estamos de vacaciones y queremos ver a nuestros amigos, pero ¿en quién podemos confiar?
En esta situación, sentir ansiedad es más que lógico, pero cuidado con la paranoia y el miedo, porque, aunque aunque haya un virus suelto, también hay que vivir. Debemos usar el sentido común y evaluar los riesgos de hacer una actividad y tomar todas las precauciones posibles, aunque si vemos que nuestra respuesta a esta situación es quedarnos todo el día metidos en casa y no ver a nadie, quizá estamos sufriendo un trastorno de ansiedad y debemos buscar ayuda psicológica.
¿Qué podemos hacer?
Como decíamos, presentar síntomas de ansiedad es normal, pero hay que estar atentos a la intensidad y duración de esos síntomas. Muchísimas personas han necesitado y necesitan tratamiento psicológico por la pandemia y muchísimos más la necesitarían, pero no la han solicitado. El trastorno de ansiedad puede ocasionar ataques de pánico, agorafobia, fobias específicas e incluso puede derivar en otros trastornos como el obsesivo compulsivo, la depresión o el abuso de sustancias estupefacientes.
Ir a un psicólogo debería ser tan habitual como ir al médico de cabecera, pero no lo es porque pensamos que eso nos estigmatizaría o que podemos resolverlo solos. Hay que empezar a pensar de otra manera y hay que buscar ayuda cuando sea necesario.
Si creemos que es algo pasajero, que no nos afecta demasiado porque aún está en un estadio temprano o que estamos dispuestos a cambiar ciertos hábitos para controlarlo, podemos intentar hacer algo por nuestra cuenta:
1. Lo primero es estar bien informados. Cuanto más sepamos sobre este trastorno mejor podremos reconocer sus síntomas y racionalizar lo que nos pasa.
2. Hay que mantenerse activos y practicar mucho deporte. Las endorfinas que producimos al hacer ejercicio nos ayudarán a bajar los niveles de ansiedad.
3. Cuando nos sentimos angustiados, es importantísimo que evitemos el consumo de alcohol o estupefacientes por dos motivos que no tienen nada que ver con la charla habitual de que son malas para la salud:
- Por un lado, las drogas (legales o ilegales) afectan a nuestro comportamiento porque nos dan una sensación de falsa seguridad y adormecen la función del lóbulo frontal que se ocupa de regular nuestra actitud (es el que nos dice que, aunque tengamos ganas orinar, no lo vamos a hacer en el medio de esta plaza llena de gente). Si el miedo al contagio nos provoca ansiedad y consumimos drogas para eliminar esa ansiedad y poder relacionarnos con nuestros amigos, al día siguiente, cuando recordemos que anoche nos dedicamos a dar abrazos a todo el bar y que no usamos la mascarilla más que para protegernos los codos, la ansiedad por habernos contagiado se multiplicará por mil en los días siguientes.
- Y además, las drogas son depresoras y unidas a la ansiedad, aún más. Si nuestra mente no está tan tranquila como lo estaría habitualmente, es importante que no la alteremos con más sustancias químicas que puedan agravar la situación. Cuando la ansiedad pase, ya habrá tiempo para festejar si es lo que nos apetece, pero ahora hay que cuidarse. Si tuviésemos gastroenteritis, no nos pondríamos a comer helado como locos, ¿verdad? Pues viene siendo lo mismo.
4. Además de informarse, hacer deporte y no consumir sustancias estupefacientes, debemos intentar comer y dormir bien y hacer meditación, relajación o aprender alguna técnica para calmar la mente y dominar nuestras emociones.
Si tras unos días no sentimos mejoría y no conseguimos controlar el miedo o las palpitaciones, es hora de acudir a un especialista y dejarnos ayudar.