Sufrir estrés puntualmente no es malo, pero someter al cuerpo y a la mente a una situación de estrés prolongado puede ser muy perjudicial.
Un nivel aceptable de estrés no es malo, sino todo lo contrario: nos mantiene alerta, nos ayuda a estar más concentrados, pone a funcionar nuestro cerebro y consigue que tengamos más facilidad para acabar nuestros estudios y obtener el eTítulo. El problema aparece cuando ese estrés se nos va de las manos y, en vez de ser algo limitado en el tiempo, acaba pegado a nosotros como nuestra sombra y poniendo en riesgo nuestra salud física y mental.
Exámenes, presentaciones y otros infartos
Tanto en nuestra etapa de estudiantes como en el trabajo, nadie está a salvo de sufrir estrés de forma prolongada. El nivel de exigencia de la carrera, sumado a nuestra propia autoexigencia y la de nuestras familias, puede complicarnos la vida.
Hay muchas cosas que suelen mantenernos con unos niveles constantes de estrés, a los que hay que sumar unos cuantos picos cuando llegan los exámenes, cuando hay que hablar en clase, cuando un profesor pregunta, cuando tenemos que hacer una presentación ante un tribunal, etc.
Por eso, es necesario manejar el estrés, o nos comerá vivos. Lo más útil será aprender ciertas técnicas generales que nos permitan mantener nuestros niveles de tensión diaria bajo mínimos y controlar adecuadamente los picos de estrés y, para eso, hay unas cuantas pautas que nos van a resultar muy útiles.
A moverse
Cómo no. En este blog lo hemos dicho hasta la saciedad: practicar algún deporte es imprescindible para mantenerse sano, reducir el estrés y rendir más en los estudios o en el trabajo, porque fomenta la concentración y activa el riego sanguíneo. Antes o después de clase o de acudir a nuestra oficina, debemos tratar de practicar algún tipo de actividad física que nos guste y enseguida notaremos los resultados.
Cuando estamos sometidos a unos niveles diarios de estrés, la cantidad de una hormona llamada cortisol se dispara y puede tener efectos muy perjudiciales para nuestra salud. En cambio, cuando hacemos deporte, producimos un cóctel químico que incluye la dopamina, la endorfina, la serotonina, la encefalina y los endocannabinoides, lo que, para resumir, es como felicidad pura y contrarresta los efectos perjudiciales del estrés.
Relajaciones, meditaciones y mantras
Hay distintas técnicas, más o menos místicas, que podemos aprender para ayudarnos con el estrés. Se trata de ponernos, mediante la técnica que sea, en un nivel de tranquilidad que nos permita pensar y calmarnos. Bajar nuestras pulsaciones, respirar lenta y profundamente y, si no llegamos a alcanzar el nirvana, sí al menos deberíamos sentir algo de paz. Podemos aprender técnicas de relajación y meditación en un montón de sitios, pero antes de pagar a un hippy desconocido, seamos hippies nosotros y diseñemos nuestro propio programa:
Nadie conoce nuestro cuerpo ni nuestras sensaciones mejor que nosotros mismos, así que podemos aprovecharlo y aprender a escuchar nuestras necesidades (no solo las básicas, al menos).
El truco más efectivo nos lo enseñaron, allá por 1890, Iván Pávlov y su pobre perro confundido. Se trata de la ley del reflejo condicional, según la cual podemos asociar un estado anímico concreto a un estímulo que, en principio, nada tiene que ver con ese estado. Es decir, si nos da la gana, podemos asociar la relajación con la palabra sepia. O con los cacahuetes. O con nuestro profesor de cálculo… (no, eso sería pasarse).
El truco está en ser constantes y repetir un comportamiento hasta que nuestro cerebro lo asocie. Por ejemplo, si cada vez que nos sentimos bien y relajados nos acostumbramos a juntar las yemas del índice y el pulgar, cuando estemos nerviosos y hagamos el mismo movimiento, nuestro cerebro asociará el gesto al otro estado anímico y se relajará. Es simple pero útil.
Si eres creyente de cualquier religión, los rezos cumplen el mismo cometido. No dudes en encomendarte a tu dios para hallar la paz antes de cualquier momento peliagudo, sea por el reflejo condicional, por liberar endorfinas o por tener línea directa con el altísimo, si funciona, bienvenido sea.
Seamos nuestros propios socorristas
Cuando se estudian las técnicas para salvamento marítimo y terrestre, hay una máxima para cualquier rescatador: para, piensa y después reacciona. Los niveles de estrés a los que puede enfrentarse un socorrista o un técnico de ambulancias son elevadísimos.
Es fácil hacerse una idea si imaginamos lo que puede suponer llegar a un escenario donde hay múltiples víctimas o tener que lanzarse al agua para sacar a alguien que se ahoga, poniendo en juego tu propia vida. Pero a pesar del riesgo, del horror y de la angustia, estos profesionales están preparados para acallar sus instintos de supervivencia y lanzarse al rescate.
Si un socorrista se dejara llevar por el estrés, saldría corriendo lo más lejos posible del agua y sin mirar atrás, pero no lo hace. Y esto es así porque es capaz de controlar sus niveles de estrés y aprovechar el estado de alerta que le proporciona; con lo cual, sería muy bueno que nos planteáramos aprender de sus técnicas.
Si en una situación crítica empezamos a hiperventilar, nos quedamos en blanco, nos sudan las palmas de las manos, o todo junto, solo hay que recordar esto: para (deja de hacer lo que estés haciendo, cierra los ojos, y respira profundamente), piensa (en tu preparación, en que no es una situación inabarcable, en que pronto acabará aquello que te está poniendo nervioso o en cualquier otra cosa para entender que estás sobredimensionando la situación y reacciona (ahora que ya estás más tranquilo, continúa).
Los médicos se han pronunciado
Y lo que los médicos nos recomiendan es descansar bien y durante las suficientes horas (al parecer, las horas de sueño y el aumento de rendimiento o sobresalientes tienen una relación directamente proporcional), no tomar bebidas estimulantes (ni complementos que puedan causar taquicardias y agitación) y estudiar cada día sin intentar memorizar (porque es muy estresante), sino poniendo a prueba nuestros conocimientos autoexaminándonos.
Se trata de que cada uno encuentre la técnica que mejor le funcione, pero para encontrarla hay que buscarla y trabajar en su eficacia. La verdad es que merece la pena: ¿te imaginas presentarte a un examen tan tranquilo como te presentas en el bar? Pues está en tu mano, así que empieza a practicar.