En el Día Internacional de la Mujer y de la Niña en la Ciencia nos preguntamos por qué no hay más mujeres científicas y si este día sirve de algo.
Hoy, como cada 11 de febrero desde el año 2015, es el Día Internacional de la Mujer y de la Niña en la Ciencia y, ya que otros años hemos hablado de maravillosas mujeres científicas que se atrevieron a desafiar los estereotipos y a mejorar el mundo con sus aportaciones, y tenemos las redes sociales y los medios de comunicación llenitos de datos interesantes sobre la brecha de género en las STEM, en eTítulo queremos darle otro enfoque al asunto. Creemos que, sin un cambio radical (de raíz) en el sistema educativo, celebrar este día no sirve demasiado. Veamos por qué:
Hagamos un experimento
Para empezar, os invitamos a abrir las páginas de cualquier libro de texto o los apuntes de una asignatura y a contar la cantidad de científicos, investigadores, historiadores, filósofos, políticos, músicos, en resumen, autores, de la materia que sea, que aparezcan citados como relevantes.
Ahora hagamos lo mismo, pero contando el número de científicas, investigadoras, historiadoras, filósofas, políticas, músicas…
¿Qué tal salen las cuentas?
La realidad es muy sorprendente, ¿verdad?
La profecía autocumplida
El sociólogo Robert K. Merton definió la profecía autocumplida de esta manera: La profecía que se autorrealiza es, al principio, una definición «falsa» de la situación, que despierta un nuevo comportamiento que hace que la falsa concepción original de la situación se vuelva «verdadera».
¿Qué pasaría si durante toda nuestra vida hubiéramos escuchado que nosotros no valemos para algo? ¿Y si todos los ejemplos que hemos recibido a lo largo de nuestra educación apoyasen esa información? ¿Y si los modelos con los que nos podemos identificar, las personas a las que admiramos, nuestros referentes, reforzasen el estereotipo de que hay campos reservados para gente determinada? ¿Y si nuestro grupo de personas allegadas también siguiera la misma tendencia porque es «lo normal»? ¿Y si hemos asumido que hay cosas naturales y no lo son?
Lo que nos dicen y nos muestran nos modela. No nos engañemos, nadie es completamente impermeable a su propia cultura.
El rosa y el azul solo son colores
Hombres y mujeres tenemos cerebros con capacidades iguales. Hombres y mujeres tenemos destrezas intelectuales y habilidades similares. No somos idénticos (sobre todo porque el cerebro es plástico y va desarrollándose según aprendemos o experimentamos y por la acción de las hormonas), pero sí somos igualmente aptos para la ciencia.
No se ha descubierto aún (ni se descubrirá) un área cerebral que sirva para hacer cálculos matemáticos y se alimente de testosterona. No existe, luego la brecha de género de las carreras STEM no puede explicarse aludiendo a causas innatas relacionadas con la pérdida de un alelo en el periodo embrionario.
La brecha de género tiene que ver con asumir los estereotipos sexistas e integrarlos en nuestro pensamiento con la etiqueta de «natural».
Para la socióloga Margrit Eichler, el androcentrismo es quizá la forma más generalizada de sexismo y la podemos observar cuando una investigación o un estudio se hace desde el punto de vista masculino como si esa fuese la única visión válida, relevante y, por lo tanto, extrapolable a todo el género humano. La ginopia (invisibilización de lo femenino) y la misoginia (odio o rechazo de lo que se considera femenino) son las dos manifestaciones más extremas del androcentrismo.
Eran otros tiempos
Sí y no. Nuestros libros de texto hablan de hombres porque antes las mujeres no estudiaban. ¿O sí estudiaban pero no se las reconocía?
Como dijo Virginia Woolf, «en la mayor parte de la historia, Anónimo era una mujer» y además, muchas de las obras, estudios, composiciones, escritos y descubrimientos firmados por un hombre son también trabajos realizados por mujeres (o con su colaboración) que sus maridos, hermanos o colegas se «inmatricularon» sin miramientos.
Claro que hubo más hombres que coparon todos los ámbitos académicos, pero es que también se silenció a las mujeres que trataron de romper con el rol que la cultura les asignaba (para saber más de estos «pequeños incidentes» que han borrado a las mujeres de la historia y dificultan aún hoy su día a día, os invitamos a leer un libro que fue galardonado con el premio de la Royal Society al mejor libro de ciencia del año: La mujer invisible de Caroline Criado).
La filósofa Ana de Miguel en Ética para Celia hace una reflexión de lo más esclarecedora (y divertida) ante la manida excusa de eran otros tiempos cuando habla de la teoría de la evolución:
No creo que la comunidad científica se atreva hoy a sostener que «en aquella época era normal» que se pensara así sobre las mujeres. En aquella época lo que no era normal es que se dijera que veníamos del mono, pero pasó a serlo con las pruebas aportadas. Cuando Darwin vivía y publicó su libro, las mujeres dieron más que «pruebas» de sus capacidades; es más, estaban luchando en las calles por sus derechos. Pero ¿qué criterio de «normalidad» manejan quienes siguen sosteniendo el argumento de «en aquella época»? La realidad es que Darwin tenía muchos prejuicios contra las mujeres y era un perfecto cateto en su concepción de las mismas. Como tantos científicos y científicas, ser muy bueno en un tema específico no te libra de ser un ignorante en otro. Lo importante es el futuro, y creo que podemos y debemos explicar esto en los institutos: que el espíritu científico de Darwin estaba limitado a «lo suyo». Así, con esta sencilla explicación, las chicas y los chicos sabrían mejor de dónde venimos, aparte del mono. Venimos del patriarcado, y esto tampoco es opinable, es ciencia.
Bueno, pero insuficiente
Aun así, si queremos jugar a creernos de forma acrítica ese supuesto pasado en el que las mujeres no existían más que en el interior de los hogares, dedicadas a cuidar de los hijos y de las tareas domésticas para que sus maridos, los verdaderos intelectuales, pudieran dedicarse a la ciencia y a llevar a la humanidad hacia un mundo mejor, igualmente tendríamos que preguntarnos: ¿son todos nuestros libros de texto un compendio de estudios realizados antes de 1900? ¿Se esfuerzan en nuestra universidad por darnos muestras de trabajos actuales?
Si, como es lógico, la respuesta a la primera pregunta es no y a la segunda es sí, y cuando hemos hecho el experimento de contar a los autores y autoras que se citan en los temarios de nuestra carrera la cuenta no ha salido más o menos igualada, entonces no hay más remedio que hacerse otra pregunta: ¿De qué nos sorprendemos cuando vemos que las carreras de ciencia son las que menos porcentaje de mujeres tienen?
Y otra más por si acaso: ¿Vale con celebrar un día al año para reivindicar el papel de la mujer en la ciencia y acercar a las niñas al estudio científico?
Luchar contra un estereotipo es complicadísimo, así que bienvenido sea el Día Internacional de la Mujer y de la Niña en la Ciencia, pero hace falta mucho más. Hace falta que entendamos que la ciencia debe ser realmente científica y que, para serlo, tiene que empezar a estudiar por igual a las mujeres y a los hombres de todos los orígenes, culturas, condiciones y clases sociales.
Las otras
La filósofa Simone de Beauvoir, en su libro El segundo sexo, decía que «la humanidad es macho, y el hombre define a la mujer no en sí misma, sino con relación a él, no la considera como un ser autónomo […] la mujer es lo inesencial frente a lo esencial. Él es el sujeto, él es lo absoluto; ella es lo Otro».
Si nos basamos solamente en lo que nos dicen los autores que conocemos y hacemos caso de los resultados de las sesudas investigaciones que definen nuestro conocimiento («el conocimiento universal») cuyos sujetos de estudio han sido en su mayoría hombres blancos de clase media ¿cómo vamos a cerrar la brecha de género si las mujeres, sus capacidades, sus intereses y su realidad se obvian de manera sistemática o se consideran irrelevantes? ¿Cómo acercaremos el estudio científico a las mujeres si ellas son «lo Otro»?
Que quede claro esto: no puede darse por buena una teoría científica si obvia la realidad material que la rodea; si no puede generalizarse nada más que a un porcentaje muy pequeño de la población.
Para la ciencia, si no somos hombres blancos estadounidenses o ingleses de clase media, existir ya es ir a contracorriente y, por eso, el modelo educativo tiene que dejar de ser androcéntrico y empezar a contarles la verdad a las mujeres y a las niñas: que sus capacidades son las adecuadas y nunca menores por razón de sexo.
Pero más importante que contar es mostrar y, por eso, no se trata de convencer a las mujeres para que se matriculen en carreras de ciencia un día al año, sino de que la educación no reproduzca los estereotipos que dificultan el acceso de las mujeres a los grados científicos y que se llenen los contenidos académicos de referentes femeninas que puedan inspirar a las mujeres y recordarles a los hombres que el conocimiento no les pertenece y que la humanidad está formada por ambos sexos.
Que se vea a las científicas y que se las vea bien los 365 días del año. Que recuperen la historia como realmente fue para poder contárnosla a todo el mundo y que las niñas y las mujeres nunca más tengan que estudiar en libros de texto en los que solo se habla de «el hombre» y de los descubrimientos de los hombres acerca de los hombres.
De hecho en el centro de investigación al que yo pertenezco, nada más en mi laboratorio, somos un equipo de 14 personas, y 11 son del sexo femenino. No sé de qué hablan, pues, cuando veo los números en laboratorios anexos, la situación se repite. Entre personal administrativo y demás, pienso que el 75% son mujeres, 25% hombres, entre los cuales, por supuesto, incluye el personal de mantenimiento (no limpieza, aunque entre ellos se reparten entre 60% mujeres y 40% hombres, calculado tentativamente), construcción y reparaciones quiero decir. Mi novia me dice que desde antes era así. Saludos y abrazos.