Si vemos nuestros méritos como un golpe de suerte, dudamos de nuestra valía y tememos que los demás descubran nuestra farsa, igual tenemos síndrome del impostor.
¿Os ha pasado alguna vez que al sacar buenas notas en un examen habéis pensado que ha sido cuestión de suerte o que lo han corregido mal? ¿Vuestros compañeros de clase os dicen que sois buenos estudiantes y vosotros pensáis que viven engañados?
Cuando nuestros propios méritos no nos parecen importantes o cuando no nos sentimos los responsables de nuestros logros, puede que estemos padeciendo el síndrome del impostor: un cuadro psicológico que deteriora nuestra autoestima y nuestras relaciones laborales y personales.
Por eso, para que sintamos que lograr nuestro eTítulo universitario o ascender en nuestro trabajo es solo gracias a nuestro esfuerzo y que podamos sentirnos orgullosos, hay que atajar este síndrome cuanto antes.
¿Qué es el síndrome del impostor?
El síndrome del impostor es el nombre con el que se conoce a un cuadro psicológico que produce la convicción interna de falta de valía personal, profesional o ambas y que se acompaña de una sensación de miedo a ser descubiertos por los demás y percibidos como un fraude.
Fue nombrado y documentado por las psicólogas clínicas Pauline Clance y Suzanne Imes en 1978 y se han escrito múltiples artículos y libros sobre él.
Hay que aclarar que el síndrome del impostor, a pesar de su nombre y la mucha documentación que encontramos al respecto, no es una enfermedad mental ni un trastorno psicológico reconocido por los manuales diagnósticos CIE-10 o DSM-V.
Es más bien un fenómeno o cuadro que puede afectarnos a todos en determinados momentos de nuestra vida, pero que se hace más patente en determinadas personas que tienen una serie de rasgos o vivencias comunes:
- Pertenecer a una familia exitosa y competitiva y haber sufrido numerosas críticas al intentar cumplir sus expectativas.
- Expediente académico mediocre que nos ha hecho apreciarnos como personas de inteligencia baja o faltos de habilidades.
- Tener una baja autoestima e inseguridad en uno mismo. Sentimiento constante de «no ser suficiente».
- Haber sufrido una experiencia negativa que nos haya marcado en el ámbito educativo o laboral.
- Tener un altísimo nivel de autoexigencia y una lista de metas prácticamente inalcanzables.
- Rasgos de personalidad perfeccionista.
¿Cómo nos afecta?
Imaginemos que nos dan una medalla por haber ganado una carrera y nosotros pensásemos que no la merecemos porque, debido a unas habilidades naturales sobre las que no tenemos ningún mérito, apenas nos ha costado llegar a la meta. Que esta victoria se la debemos a nuestras zapatillas por lo ligeras y cómodas que son. Que el resto de los participantes habían comido algo en mal estado y que eso les ha hecho ir más despacio, o que no la merecemos porque no hemos entrenado tanto como otros y que alguien se dará cuenta de que, en realidad, no valemos para el deporte.
Esto es lo que pasa con el síndrome del impostor; cualquiera que sea el mérito o reconocimiento que obtengamos, siempre lo percibiremos como si fuera algo inmerecido y viviremos angustiados pensando que, tarde o temprano, alguien se dará cuenta de nuestra falta de valía.
Y no se queda ahí: el síndrome del impostor provoca además ansiedad, frustración, sentimientos de culpabilidad y desprecio hacia uno mismo, por eso es necesario combatirlo en cuanto aparecen las primeras señales.
¿Qué podemos hacer para combatir el síndrome del impostor?
Si nos vemos representados en varios de los síntomas, lo primero que debemos hacer es entender que no nos pasa nada ni tenemos ninguna enfermedad. Reconocer una serie de patrones en nuestro pensamiento no debe servir para patologizarnos, sino para poner en marcha las medidas necesarias que eviten un agravamiento de la situación.
Para empezar, podemos ir poniendo en práctica lo siguiente:
1. Trabajar en equipo y no asumir las tareas ajenas
Cada uno es responsable de su propio trabajo y, cuando se trabaja en grupo, nadie debe asumir que el resultado final depende de una sola persona. Hay que respetar el reparto de tareas y asumir que nuestro criterio no tiene por qué prevalecer sobre el del resto. Relajarse y saber delegar tareas es importante.
2. Ponerse metas razonables
Si nos proponemos pisar la luna, es muy probable que acabemos frustrándonos y pensando que, al no alcanzar nuestras metas, nuestra valía es poca. Las metas que nos pongamos deben ser tangibles y lógicas. Una meta es acabar la carrera con un buen expediente, otra meta es encontrar un trabajo. Si nos ponemos a pensar en cosas mágicas como comprarle Amazon a Jeff Bezos, no podemos verlo como una meta, sino como un sueño.
3. Evitar las comparaciones con los demás
Cada persona tiene puntos fuertes y puntos débiles. Cuando tenemos rasgos del síndrome del impostor, tendemos a magnificar los éxitos de los demás y a ver los nuestros como si hubiesen ocurrido por causas ajenas a nosotros o por pura suerte. No es así. En cada logro personal (los nuestros y los de los otros) se dan un conjunto de circunstancias que implican el esfuerzo, la dedicación, la oportunidad, la suerte… No podemos ver solo aquellas en las que no hemos tenido mucho que ver, sino que debemos centrarnos en las que sí.
La única comparación que debemos hacer es con nosotros mismos. ¿Hemos mejorado respecto al año pasado? ¿Sabemos más que antes? ¿Hemos progresado?
4. Aceptar los cumplidos sin excusas
«¡Enhorabuena por la presentación de tu trabajo! ¡Me encantó como enfocaste el tema!». La respuesta adecuada no es: «¿Sí? Pues cometí muchos errores y no me salió tal y como lo preparé, lo que pasa es que os pillé frescos esa mañana y mi amiga Luisa me ayudó con la parte audiovisual. Ella sí sabe cómo captar la atención del público».
La respuesta correcta es: «Muchas gracias. Me alegro muchísimo de que te haya gustado. ¿Puedes decirme qué partes te interesaron más para tenerlo en cuenta en mis siguientes presentaciones?».
5. Buscar apoyo
Siempre ayuda hablar de cómo nos sentimos con personas de nuestra confianza. Y lo de confianza no es una expresión dicha al tuntún. Necesitamos que alguien en cuyo criterio confiemos de verdad confronte las falsas creencias que tenemos hacia nosotros mismos.
Verse en el espejo real de lo que los demás aprecian de nosotros puede ayudarnos a cambiar la mala percepción que tenemos de nosotros mismos.
Si poniendo en práctica estos consejos seguimos igual, es el momento de buscar ayuda especializada.