Compartir piso durante la carrera suele ser la única opción económica viable, pero ¿cómo hacemos para que vaya bien y reducir los conflictos?
Extraños o amigos
Quizá varios de nuestros amigos estudien en la misma universidad e incluso en la misma clase que nosotros, pero debemos pensar detenidamente si nos conviene compartir piso con ellos o buscar un piso compartido con personas ajenas a nuestra vida diaria.
Hay que valorar pros y contras de cada situación y tomar la decisión que más nos beneficie. A veces, compartir piso con amigos hace que dejen de serlo: la convivencia crea fricciones y cuando se pasan muchas horas al día junto a otra persona, podemos acabar hasta el gorro de ella. Por otro lado, vivir con personas que no conocemos es una lotería: lo mismo nos toca gente estupenda con la que congeniamos enseguida o lo mismo son una panda de psicópatas que pertenecen a una asociación de amigos del pimiento. Hagamos lo que hagamos, sopesemos las opciones con cabeza.
Una cosa que debe quedar clara es que ninguna situación es permanente. Si no nos sentimos a gusto en un sitio o con ciertas personas, solo hay que buscar otra alternativa, pero es más fácil dejar un apartamento que compartimos con extraños que uno que hemos alquilado junto a nuestros amigos.
Poner reglas ayuda a evitar conflictos
La convivencia es difícil. Incluso con amigos de toda la vida, incluso con nuestro perro. Hay gente organizada y desorganizada, maniática o no, gente que prefiere hacer compras conjuntas y gente que las prefiere individuales, gente que pone una lavadora a diario y gente que la pone una vez al mes. Y lo peor es que nunca se sabe cómo van a llevarse dos personas bajo el mismo techo hasta que este lleva un tiempo sobre sus cabezas. Por eso, y aunque quede un poco militar implantar unas normas en un piso de estudiantes, van a ser casi tan necesarias como que la casa tenga agua caliente.
Hay que pensar que todo lo que se hable y se decida de antemano nos ahorrará discusiones y malentendidos en el futuro. Si nos comprometemos a seguir una serie de normas de convivencia, cada persona sabrá lo que esperar de los demás y lo que los demás esperan de ella; así la convivencia será más sencilla.
Limpieza y orden
Aunque resulte increíble, existen algunas personas a las que les gusta limpiar. Si tenemos mucha mucha suerte, igual nos toca alguno como compañero de piso, pero no deberíamos apostar por ello. Es el mirlo blanco de los inquilinos. Pero aunque a alguien le encante limpiar, a nadie le apetece que los demás lo esclavicen; por eso, y a pesar de que tengamos la suerte de dar con un compañero que disfrute sacando brillo a las juntas de los baldosines, no debemos abusar de él. Una buena convivencia es aquella en la que todos trabajan por igual.
Lo que está claro es que la tolerancia al desorden depende de cada uno: hay gente a la que no le importa saltar una pila de ropa sucia para entrar en el baño y gente que, si ve un pelo en la bañera, clama a los cielos. Y como el grado de tolerancia al desorden es personal, pero nadie tiene ningún problema para tolerar el orden, lo suyo es que se fijen unos turnos de limpieza equitativos de las zonas comunes para evitar problemas. Se pueden hacer horarios rotativos y colgarlos de la puerta de la cocina para que todo el mundo sepa qué función le toca esta semana.
Traer gente a casa
Para hacer una fiesta en un piso compartido es importante que todos los inquilinos estén de acuerdo de antemano. Sería una jugada muy sucia montar la fiesta del siglo el día antes del examen final de Física Teórica de nuestra compañera de al lado y por eso se debe fijar la fecha entre todos.
Tampoco es agradable que siempre haya visita en la casa. Aunque no estemos haciendo ruido, es lógico que, de vez en cuando, la gente quiera algo de intimidad. Si tenemos algunos de esos amigos que empiezan a parecer parte del mobiliario, será mejor que nos los llevemos a un bar antes de que la situación en casa se ponga tensa.
¿Cómo gestionamos las comidas?
Las normas para compartir piso sobre quién cocina, quién hace la compra y hacer un fondo común suelen ser tal quebradero de cabeza que lo más sencillo es optar por dividir y que cada uno se compre y se cocine sus cosas. Por supuesto, esto no quiere decir que no podamos hacer excepciones y cocinar una gran comida para todos, pero si lo convertimos en una costumbre, acabaremos teniendo roces por eso de «siempre cocino yo», «es la tercera vez que me dejas sin tomate frito», «os habéis comido mis yogures», etc.
Siempre habrá problemas
Sería muy iluso decir que «pueden» surgir problemas. Los problemas van a surgir segurísimo, pero tampoco es el fin del mundo. Hay que saber hacer frente a las situaciones incómodas y tratar de arreglarlas. Debemos hablar de forma clara con nuestros compañeros para que ellos entiendan lo que nos molesta y escuchar sus quejas con la mente abierta y empatía.
Hay cosas que para unos no importan nada y para otros son un agravio tremendo. No debemos dar por sentado que lo que no nos moleste a nosotros no va a molestar a otros y, por eso, haber hablado todo de antemano ayuda mucho, pero es igual de importante saber escuchar y respetar a los demás. Si los malentendidos que surjan se discuten de forma constructiva, cada vez será más sencillo convivir y entenderse. Y si por desgracia nos han tocado unos compañeros que no nos gustan, nada nos ata (salvo las fianzas y esas cosas); podemos liar el petate y buscarnos otro piso en menos de lo que canta un gallo.
Vivir fuera de la casa familiar y compartir piso con personas diferentes es muy positivo para aprender sobre diferentes culturas, para ser más tolerante y para mejorar nuestras habilidades sociales y, como se tardan al menos cuatro años en obtener el eTítulo, bien podemos tomarlo como una experiencia más en nuestra educación.