Sentir desamor hacia nuestra carrera es muy común. De hecho, lo más frecuente es pasar por ciertas crisis similares a lo largo de todo el grado.
Igual te había idealizado
Unas veces es un flechazo. Hemos terminado la Selectividad y, sin saber muy bien qué queremos estudiar, de pronto damos con un grado que sorprendentemente parece perfecto y maravilloso. Una música romántica suena de fondo y ya solo tenemos ojos para esa carrera.
Otras veces es un sueño perseguido por mucho tiempo. Desde el colegio ya sabíamos qué queríamos estudiar y fantaseábamos con el momento en el que nos graduaríamos, nos darían nuestro eTítulo y lanzaríamos el birrete al aire como en las películas americanas.
El caso es que el grado en cuestión también nos acepta y llega el momento de empezar. Ya nos vemos como importantes médicas o médicos que descubren la cura del cáncer, jueces del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, novelistas de éxito, artistas reconocidos…
La carrera que hemos elegido es la llave que abre la caja en la que guardamos nuestros sueños, es la más interesante, la más divertida, la mejor. Y llegamos a nuestra primera clase como en una nube, nos sentamos y preparamos el cuaderno y el bolígrafo como si estuviéramos a punto de escribir un manuscrito irrepetible.
Entonces, un docente abre la puerta, se sienta ante nosotros y nos imparte una clase absolutamente insoportable de dos horas. Y luego la cosa se repite con otra clase y empezamos a pensar que lo de «nuestros sueños» era literal, porque… ¡qué soporífero es todo, por favor! Ha empezado el desamor.
Ya no me atraes como antes
Al principio, muy al principio, la cosa fluía bien. Había química. Es cierto que algunas asignaturas eran algo aburridas, pero otras cosas compensaban. Había momentos muy buenos. Ratos inolvidables, pero ha llegado un momento en el que ya no lo pasamos tan bien y nos cuesta mantener la conexión.
En clase preferimos mirar el móvil que prestar atención a lo que se dice y empezamos a fantasear con otras carreras que quizá habrían sido más fáciles, divertidas, interesantes, útiles…
Esperábamos mucho de este grado y nuestros padres también (de hecho, ellos seguramente sigan esperándolo), pero nosotros no nos vemos con ganas de seguir adelante. Se ha perdido la magia.
Y un día, sin haberlo planeado, nos vemos dándole vueltas a la idea de dejar el grado e imaginamos cómo se lo diríamos a nuestros padres y cómo de grande sería su cabreo.
El desamor por la carrera que estudiamos ha llegado y tenemos que tomar una decisión. ¿Qué podemos hacer?
El complicado arte de amar
En una sociedad consumista como la que tenemos, el amor es muy complicado. El amor de verdad, claro; los enamoramientos, en cambio, nos ocurren a diario. El mercado está repleto de cosas que amar y sería un atraso quedarse solo con una.
Está bien amar así a las cosas. Sin demasiada atención. Es divertido y práctico, pero cuando el amor tiene que ver con otras personas o, más aún, con nosotros mismos, ese amor intenso, superficial y breve no nos beneficia para nada.
Y resulta que estudiar una carrera es un acto de amor. Uno en el que nada tienen que ver nuestros padres, los amigos o la sociedad en general. Es un acto de amor propio, de autocuidado, de construirnos una vida. Es un proceso de crecimiento personal consciente, que requiere un firme compromiso por nuestra parte.
No hay una carrera perfecta
Las carreras tienen sus defectos y sus virtudes. No hay una perfecta. Si vamos buscando algo que cumpla con nuestras expectativas al cien por cien, perseguimos una fantasía.
Toda carrera tendrá asignaturas tediosas y otras que nos resulten extremadamente difíciles. Habrá también docentes que se expliquen fatal, otros que lleguen siempre tarde y no pongan interés y otros que exijan demasiado. Incluso puede darse esta especie de triada maligna en un solo profesor.
Los planes de estudio tampoco son perfectos y echaremos de menos contenidos relevantes, más formación práctica o estudiaremos asignaturas inútiles para nuestro futuro trabajo.
Nada es tal y como soñábamos, pero hay que poner los pies en el suelo y tratar de ver el conjunto. Si no nos interesan algunas asignaturas, habrá otras que sí. Si hay docentes que no nos gustan, habrá otros que sí.
Como con todo, pero sobre todo con el amor (el de verdad), hay que currárselo. Los flechazos se los lleva el viento, pero convertir ese flechazo en un verdadero compromiso requiere que nosotros nos esforcemos. Como decía Erich Fromm en su libro El arte de amar, «el amor es una actividad, no un efecto pasivo; es un estar continuado, no un súbito arranque».
¿Y cómo superamos el desamor?
Lo primero que debemos tener claro es que queremos superarlo, porque si no es una crisis pasajera o algo que podamos solucionar, no es bueno mantener mucho tiempo una relación que nos haga tremendamente infelices. Sentir desamor constante no es bueno para el ánimo. Es una conversación seria que hay que tener con nosotros mismos y en la que evaluemos la situación de verdad mirando hacia el futuro con madurez. En el cómputo de una vida, cuatro años no son nada.
De todas formas, si pensamos que la ruptura es inevitable, solo hay que tomar la decisión, comunicárselo a nuestra familia (¡ay!) y hacer los trámites necesarios para cambiar de carrera.
En cambio, si decidimos apostar por la relación y superar este momento de desamor, habrá que tener claro desde el principio lo que esto va a requerir de nosotros: trabajo constante, compromiso y dedicación, un esfuerzo mental orientado a ver aquellas cosas que nos resultan útiles o agradables, mantener una actitud positiva, llevar un aprendizaje activo en el que podamos investigar aquello que más nos atrae, identificarnos con el grado, marcarnos objetivos a corto, medio y largo plazo y visualizarlos a menudo.
No va a ser sencillo, pero nos aportará a la larga grandes satisfacciones, porque cuando nos involucramos de verdad en algo y lo cuidamos, transformamos nuestra forma de vivir la experiencia. La carrera entonces se convierte en un fin en sí mismo (no en un mero trámite) y empezamos a aprender de verdad y a disfrutar. Comenzamos a amar lo que hacemos. Y cuando vuelvan las crisis, que seguramente volverán, ya sabremos qué hacer y cómo enfrentarnos a ellas.