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¿Cómo les digo a mis padres que quiero cambiar de carrera?

¿Cómo les digo a mis padres que quiero cambiar de carrera?

Tener las cosas claras

En primer lugar y antes de tomar la decisión de cambiar, debemos tener muy claro lo que queremos hacer y cómo. Es normal que, una vez empezada la carrera, sintamos cierta decepción porque no se corresponde exactamente con nuestras expectativas, pero eso no es motivo para cambiarse.

Si esos estudios pueden lograr que consigamos desarrollar la profesión con la que hemos soñado para nuestro futuro, aunque no nos gusten tanto como pensábamos, debemos también valorar el hecho de que solo son un trámite para alcanzar nuestras metas. Sería pecar de ingenuos haber pensado que toda asignatura, profesor y compañeros nos iban a encantar a lo largo de cuatro años de estudios.

Puede ser que lo que nos pase sea, simplemente, que hemos perdido la motivación y, por eso, antes de tomar decisiones drásticas debemos intentar motivarnos de nuevo e implicarnos más para disfrutar del grado.

Por otra parte, si en realidad, empezamos una carrera que no era la que queríamos desde un principio por presiones externas o porque no nos daba la nota para la que deseábamos hacer, entonces quizá cambiar sí es la decisión correcta.

Decisiones tomadas

Si es así, entonces, antes de empezar a faltar a clase y a decirle a nuestra familia que queremos cambiar, debemos barajar qué opciones tenemos.

Puede ser muy útil que hablemos con algún asesor de ayuda al estudiante que haya en nuestra universidad para que nos oriente sobre cuál será el mejor camino en caso de que vayamos a cambiar a un grado de la misma rama o de otra, qué pruebas de acceso necesitaremos, si nos convalidan alguna asignatura, si nos interesa terminar el curso antes de cambiar, etc.

Una decisión tan relevante no debe tomarse por un venazo o por pura frustración, si queremos que nuestra familia nos apoye, vamos a necesitar argumentos mucho más sólidos que «la carrera es un rollo», «el profesor de química me odia», «no sé qué quiero hacer», etc. Ya somos adultos y debemos responsabilizarnos de nuestras decisiones, sobre todo si no somos independientes económicamente.

Practicar la conversación

Una vez trazado un plan para cambiar de grado (un plan sólido que incluya qué vamos a hacer mientras tanto y qué vamos a necesitar preparar para el próximo curso). Es el momento de pensar en cómo convencer a nuestros padres de que estamos haciendo lo correcto.

Para eso, es bueno que practiquemos la conversación que vayamos a tener con ellos y anticipemos cuáles serán sus respuestas y sus reacciones para tener unos sólidos argumentos que exponer como respuesta.

Es importante que nuestros padres no piensen que esto es un capricho, una manera de pasar más tiempo con amigos o una excusa para no estudiar (nunca se debería dejar una carrera por motivos tan absurdos, porque en ese caso, nos arrepentiríamos tarde o temprano de nuestra decisión), y para que no lo piensen, deberíamos ser capaces de defender que vamos a hacer lo correcto y demostrar que, al menos, es una decisión bien pensada, motivada, que tenemos un plan coherente y que nos hemos informado bien.
Controlar la situación

Lo mejor es que busquemos un lugar neutral donde tener la conversación: un bar, un parque, un restaurante… que les convoquemos nosotros, que nos dirijamos a ellos con las cosas muy claras y que fijemos un tiempo concreto, es decir, que nos aseguremos de que la charla no se puede alargar hasta el infinito (en el caso de que creamos que se lo van a tomar mal).

Lo mejor es que tengamos (o tengan ellos) un compromiso ineludible después de hora y media o dos horas. Si hemos tomado una decisión, no vamos a someter algo a consenso, sino que vamos a exponer los cambios de forma segura y coherente.

No debemos dejarnos llevar por el pánico. Lo que transmite más seriedad es que actuemos como los adultos que somos y comuniquemos nuestra decisión junto a los pasos que vamos a seguir, sin pedir permiso y sin faltar al respeto. También debemos entender y respetar que, si ellos ponen el dinero, lógicamente tendrán algo que decir al respecto.
Ser asertivo y negociar

Debemos exponer nuestros argumentos con lógica y seguridad de forma asertiva y escuchar sus respuestas con empatía. Que no estén de acuerdo no significa que tengamos que retractarnos, pero tampoco seamos inflexibles. Si conseguimos llegar a algún acuerdo que contente medianamente a ambas partes, habremos ganado.

Por lo tanto, también debemos estar preparados para hacer ciertas concesiones (terminar y aprobar el curso que hemos empezado, apuntarnos a un curso de idiomas, trabajar y colaborar económicamente con nuestra manutención mientras no empecemos el nuevo grado, etc.).

Conservar la calma

Quizá nuestros padres no respondan tan bien como esperábamos o se pongan muy cabezotas, pero si entramos al trapo y empezamos a discutir, perderemos control sobre la situación. Aunque nos resulte difícil, hay que tratar de no levantar la voz ni hacer reproches; admitir nuestra parte de culpa al haber elegido mal o al no haber sabido adaptarnos y mantener nuestra postura y argumentos pero sin atacar ni tampoco permitir el chantaje psicológico.

Una buena forma de demostrar nuestra madurez es entender su punto de vista. Nuestros padres se preocupan por nuestro futuro. Seguro que no pretenden herirnos si no nos dan su apoyo inmediato a esta decisión, simplemente, es que puede que no vean tan claro como nosotros los beneficios de ese cambio. Cada persona tiene sus experiencias y sus razones para pensar de una determinada manera y el miedo a que nos equivoquemos puede hacer que no vean que cambiar de grado es lo correcto.

Dar margen para que lo asimilen

Puede que no valga con una sola reunión. Si hemos expuesto nuestros argumentos bien y no hemos discutido, pero aun así no están siendo razonables, posponer la conversación para otro momento y dejar que hablen entre ellos y asimilen la información puede ser la mejor estrategia. En la siguiente reunión también ellos tendrán algún tipo de propuesta y habrán pensado más en ello.
Demostrar que no es un capricho

Depende de nosotros demostrar que la decisión fue la correcta y eso no se hace de un día para otro. Estudiar un grado es duro, tiene partes preciosas y apasionantes y partes muy negras de horas de estudio, de clase, sacrificio, dedicación, etc. Y si creemos que la nueva carrera será un camino de rosas, nos estamos engañando . Tendremos exámenes, trabajos, asignaturas horribles, profesores insoportables y pocas ganas de estudiar y de ir a clase. Estudiar es así, pero el esfuerzo merece la pena. Si hemos decidido cambiar, con todo el cargo económico adicional que eso supone para nuestros padres y con la pérdida de un año, al menos asegurémonos de que vamos a cumplir y a esforzarnos al máximo. Solo así, con el tiempo, valorando nuestro esfuerzo, nuestros padres sabrán que tomamos la mejor decisión.